Me perdí, como si fuera un capricho inesperado, impertinente, la venganza del arrebato de la propiedad privada. Me perdí, crecí, fui fuego, fui océano y vos estabas en otro lado, fuiste otredad, fuiste distancia.
La guerra sigue en pie, el ojo de la tormenta pasó y se asomó en medio de la tragedia. Ahora solo queda la imagen congelada, un campo de batalla que ya no soporta un enfrentamiento más.
Que no se te acaben las palabras, que la biblia no se te caiga de las manos cuando la tengas en frente. Que la venganza de los demonios del pasado no te carcoma el alma, ojalá y aprendas algún día a volar.
Que no te ancle más la tierra, viví aquí conmigo, en el cielo.
No te desangres con una herida sin sentido. Que cada paso suene como un estruendo, y luego que el silencio total te envuelva, que te levantes fuerte, viva. Hace tiempo nos dijimos adiós, pero no fue para siempre.
Así como si nada, seguimos caminando tan lejos y tan cerca, nos perdimos en la niebla. Nos cegó el blanco, ya no quedan portales sin santos, ni gritos de pesadillas a la madrugada. No tenemos las mañanas, ni el té de la tarde.
Así como si nada, seguimos caminando tan lejos y tan cerca, nos perdimos en la niebla. Nos cegó el blanco, ya no quedan portales sin santos, ni gritos de pesadillas a la madrugada. No tenemos las mañanas, ni el té de la tarde.
Tenemos una voz inconfundible que no conoce distancias.
Marie Montero M.