sobre su cicatriz entre sus dos lunares ubicados en su mejilla derecha,
sobre sus largas pestañas y sus abrigos tejidos
que le otorgaban una imagen de calidez y autoconfianza.
Anhelaba comprender el misterio de sus vibraciones,
su serenidad a la hora de interpretar mi mirada
y como su risa resonaba como un mantra
por horas
en mi cabeza.
Ese era el misterio más grande, como sus dedos rozaban mi piel
como tratando de descifrar un mapa
que siempre lo llevaban al ombligo de la tierra
y que al encontrar su centro
todos sus tesoros reverdecían
manteniéndolo atado a mi entrecejo, siempre mirando al interior
con claridad y equilibrio.
Valeria León.
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