Friedrich Nietzsche

"El Hombre a solas consigo mismo sólo tiene una vía de escape: la del peregrino que siempre se aleja un poco más del desierto de la realidad." F. Nietzsche.

"El hombre es un abismo, da vértigo mirar en él." Wozzeck

domingo, 6 de noviembre de 2011

Cuestión de Fe.

Aturdía aquel estruendo de lo sombrío del cañón que amenaza toda la integridad de su vida, las botas ya no daban más y las piernas cansadas de correr. Los disparos sonaban como un eco del terror que les aceleraba la presión y el corazón se vengaba de la situación. La imagen era indescriptible. Inmediato al momento imaginario en donde la inconsciencia toma conciencia de la situación y solo Jean Anouilh pudo haberlo dicho mejor "Todas las guerras son santas, os desafío a que encontréis un beligerante que no crea tener el cielo de su parte."  Dios nunca se había olvidado tanto de su pueblo como pasó en aquellos años en Varsovía, no entendían como la civilización los había llevado a al lugar donde se encontraba lo más inhumano. Lloraba el cuerpo, lloraba el alma y ese espíritu consumido por el miedo. Los instintos aprendieron algo más que un buen reflejo. Sobrevivir era la profesión del herrero, del carnicero, del relojero, del comerciante, del médico. Todo lo digirió en dos segundos; sufiencientes para ser alcanzado por la penetrante bala, ellos convertidos en carne de cañón mientras los políticos y generales ideaban otros planes. Y un grito profundo con sabor a dolor y desesperanza se ahogó en su garganta. 

"-Despierta-. Tranquilo, tranquilo, 
fue todo un sueño."

Sus ojos veían tan claro como en sus vientes años pero todavía no comprendía en donde se encontraba, pronto reconoció la lamparita de la mesita de noche; la misma de hacía ya cincuenta años. La que su esposa escogió en aquella tienda entre la calle 3 y 4. Margot abrió las persianas y la luz de la mañana cegó, por un pequeño lapso del tiempo, el miedo. Le recorría las venas aquella sangre hirviendo y se quemaba algo más que la piel.

"No queda nada por hacer."

- Había dicho el doctor en aquella ocasión.-
"Tres meses máximo, ocupará una enfermera, tenemos varios programas de ayuda..."
-y recordaba aquel trágico día. Todavía podía sentir las lágrimas de Margot caer en su hombro.-

Notó de nuevo el molesto ruido que hacía la máquina a la par de su cama, esa que le ayudaba a mantenerse con vida.

¿Cansado? 

Sí, por supuesto, pero no tenía opción. Pero su convicción superó cualquier presentimiento que se le insinuase, el día había llegado. Rezaba por perdón en esos últimos minutos; alma atea en busca de lo trascendente. Tal vez era la esperanza desgarrando las esquinas de su ser, la desesperación y la tranquilidad lo invadían de forma contradictoria. La sangre seguía caliente, hirviendo, y le quemaba todo su ser y el dolor de su espíritu era más agudo que el de su salud. Cerró los ojos, pudo oler un olor a lluvia, la primera gota cayó, luego la segunda, segundos después no parecía haber un lugar en donde refugiarse. Recordó todo aquello que lo hizo feliz o infeliz. Sus triunfos, sus derrotas, sus errores, sus decisiones y en un profundo suspiro su vida acabo. No como se lo imaginó a los veinte años, ni tampoco a los treinta o cuarenta. Aquel muchacho de tez blanca, cabello castaño oscuro, ojos miel, alto y fornido, quien no le temía a nada en la vida y su inocencia cautivaba  a cualquier mujer que le acercara. Él nunca pudo haber imaginado como todo terminaría, pero de aquellos 30925 días ninguno paso en vano y en sus últimos minutos supo que todo fue cuestión de fe. 


Maricruz Montero
-Photojazz-

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